ELITE ESCUELA DE ARTE Y DANZA - BUENOS AIRES - REPÚBLICA ARGENTINA
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Grandes obras

Lord Byron portrayed in Oriental dress
National Portrait Gallery, London
    En pintorescos grupos esparcidos
    de fresca playa en la dorada arena,
    aguzan unos sus puñales; otros
    alegres ríen, bulliciosos juegan,
    o sus fieles alfanjes desnudando
    indiferentes, sin afán, contemplan
    la sangre que los mancha. Precavidos
    otros, con mano previsora pliegan
    las anchas velas del bajel osado,
    o el negro flanco recomponen; mientras
    pensativos algunos por la orilla,
    de las olas al son, lentos pasean.
    A quien aguija de inquietud oculta
    el afán incesante, allá en las quiebras
    de las ásperas rocas, lazos tiende
    a las marinas aves, o al sol seca
    la red humedecida; y en la mancha
    que del mar en los límites blanquea,
    con los ojos de la ávida esperanza
    del incauto bajel mira las velas.
    De cien noches de horror y de combate
    los lances con placer todos recuerdan.
    Y de luchar ansiosos se preguntan:
    «¿En dónde buscaremos nuevas presas?»
    ¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe,
    y basta, el capitán. Fiel obediencia
    es su único deber: saben que nunca
    les faltará el botín, y más no anhelan.
    ¿Y quién es ese capitán? Su nombre
    pronuncian en voz baja y lo respetan
    cuantos habitan las hermosas playas
    que aquellas olas complacidas besan:
    y más no saben, ni saber más quieren
    Les basta un gesto, una mirada. Apenas
    oyen su voz. De sus banquetes rudos
    no anima el regocijo su presencia.
    Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos
    acusar sus desdenes? Jamás llenan
    para él la roja copa: indiferente
    la mira y a sus labios no la acerca;
    y es su sobrio manjar, que desdeñara
    el más grosero de su banda, y fue
    a ermitaño frugal ración escasa,
    secas raíces de silvestres yerbas,
    rústico pan y los jugosos frutos
    que brinda el árbol en sus ramas tiernas.
    El impuro placer de los sentidos
    desdeñoso su espíritu desprecia,
    ¿Será que su energía no domada
    de esa abstinencia misma se alimenta?
    «Pronto a la mar.»-Y el mar surcan sus naves.
    «A aquella playa el rumbo.»-Y allá vuelan.
    «¡Sus!, ¡a las armas!»-¡Y el botín es suyo!
    Así a su voz, que imperativa ordena,
    sigue la acción; y todos obedecen,
    Y su oculta intención nadie penetra.
    Si suena escrutadora una palabra,
    una mirada de desprecio muestra
    de su temida indignación un rayo:
    no sabe dar su orgullo otra respuesta.


nkballet

«Del negro abismo de la mar profunda
    sobre las pardas ondas turbulentas,
    son nuestros pensamientos como él, grandes;
    es nuestro corazón libre, cual ellas.
    Do blanda brisa halagadora expire,
    do gruesas olas espumando inquietas
    su furor quiebren en inmóvil roca,
    hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
    no medida extensión, de playa a playa,
    todo se humilla a nuestra roja enseña.
    Lo mismo que en la lucha en el reposo
    agitada y feliz nuestra existencia,
    hoy en el riesgo, en el festín mañana,
    brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas.
    ¿Quién describir pudiera nuestros goces?
    ¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva,
    siervo de los deleites, que temblaras
    de las montañas de olas en la incierta,
    móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso,
    del hastío sumido en la indolencia,
    a quien ya el sueño bienhechor no halaga,
    a quien ya los placeres no deleitan.
    Sólo el infatigable peregrino
    de esos caminos líquidos sin huellas,
    cuyo audaz corazón, templado al riesgo,
    al sordo rebramar de la tormenta
    palpitando arrogante, hasta la fiebre
    del delirio frenético en sus venas
    sintiese hervir la sangre enardecida,
    nuestros rudos placeres comprendiera.
    Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
    y sólo por luchar la lucha anhela
    el pirata feliz, rey de los mares.
    Cuando ya el débil desmayado tiembla,
    se conmueve él, apenas... se conmueve
    al sentir que en su pecho se despierta
    osada la esperanza, que atrevida
    su corazón para el peligro templa.
    ¿Qué es a nosotros la temida muerte
    como el rival odioso también muera?
    ¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo...
    cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea!
    Serenos aguardémosla. Apuremos
    la vida de la vida, y después venga
    fiebre traidora o descubierto acero
    implacable a romper su débil hebra.
    Cobardes otros, de vejez avaros,
    revuélquense en el lecho que envenena
    dolencia inmunda, y el impuro ambiente
    con flaco pecho aspiren y fallezcan
    luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
    fúnebre lecho de agonía lenta;
    ¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
    sollozo tras sollozo tarda quiebra
    los nudos de la vida, de un impulso
    sus ligaduras rompe y se liberta
    osado nuestro espíritu. Sus restos
    del blanco mármol de su tumba estrecha,
    grabado por el mismo que su muerte
    hipócrita anhelaba, se envanezcan:
Cuando sepulte el mar nuestro cadáver
    le bastará una lágrima sincera,
    ¡una lágrima sola! Henchido el vaso
    del alegre festín en la ancha mesa
    honra de nuestros bravos la memoria.
    Corto epitafio su valor celebra
    cuando en el día augusto del peligro,
    al repartir el vencedor la presa,
    recuerdo de dolor su frente anubla
    y con voz ronca que insegura tiembla:
    «¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha
    los valientes que han muerto compartieran!»
       Así grito salvaje en sordo acento
    repite el eco en las cortadas peñas
    del islote escarpado del Corsario,
    do del vivac se apagan las hogueras;
    y en alegre cantar sus agrias notas
    de los piratas al oído suenan. 
  

El Corsario
Poema de Lord Byron