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Sus costumbres

En la oscuridad de la noche desarrollan su actividad muchos animales de los que, durante el día, raramente conocemos su presencia si no es por sus rastros. Tras el crepúsculo, una parte importante de la naturaleza cobra vida: el zorro merodea incansablemente por doquier, el jabalí entra a los sembrados o el tejón recorre sus sendas una y otra vez. Pero hay unos seres especialmente dotados para vivir en la noche: las rapaces nocturnas (búhos y lechuzas). Estas aves, cuyos grandes ojos proporcionan una extraordinaria visión nocturna, disponen además de un finísimo oído, lo que les permite cazar y moverse en la casi completa oscuridad.

Durante las horas de luz permanecen perfectamente escondidas en huecos o camufladas entre el ramaje, siendo difícil descubrirlas aunque se encuentren a nuestro lado. Es más fácil conocer de su existencia durante el celo y la reproducción, sus silbidos nocturnos son más frecuentes.

Características comunes de este grupo son los ya citados grandes ojos, situados más frontalmente que en otras aves, sus garras cubiertas de plumas y su vuelo silencioso. Todas ellas son depredadores y consumen gran cantidad de pequeños mamíferos, fundamentalmente roedores, aves y musarañas, constituyendo un importante instrumento para controlar su número.

Cazan normalmente localizando a sus presas desde un lugar elevado mediante oído y vista, y lanzándose después sobre ellas, aunque las lechuzas también gustan de sobrevolar campos abiertos. Suelen tragar las piezas enteras (a no ser que sean muy grandes), regurgitando posteriormente los huesos y pelos que no han disuelto los potentes jugos gástricos del buche. Estas regurgitaciones (llamadas por los zoólogos egagrópilas) tienen formas cilíndricas más o menos alargadas y se suelen encontrar bajo los nidos o los posaderos utilizados para cazar y, además de mostrarnos su presencia, resultan un valioso elemento para estudiar su alimentación.


Desde tiempos remotos...
Hace sesenta millones de años las aves aprovechaban las ventajas de su sangre caliente y de sus alas voladoras, para instalarse en parajes con recursos y sin demasiados competidores. De este modo le ganaban junto con los mamíferos, la partida de la sobrevivencia, a los reptiles que hasta noventa millones de años antes fueran los reyes del planeta. Las aves estaban ahora en plan de diversificarse, según las nuevas aptitudes que iban a desarrollar, para explotar distintos ámbitos ecológicos. En éste período surgen los pelícanos, las gallinas, las garzas, las aves de presa y entre éstas los búhos, compañeros leales de la noche, que les brinda el marco apropiado para su subsistencia.

Quizá sus antepasados intentaran la vida a la luz del día pero fracasaran ante el predominio de águilas y halcones, tuvieron que acogerse a la alternativa de las sombras. Incompetentes para fabricar sus nidos con la pericia y la paciencia de los pajarillos, optaron por residenciarse en las oquedades de las rocas y en los huecos de los árboles, a donde jamás llega ningún rayo luminoso. Consideraron superfluo, por lo tanto el camuflaje de sus huevos, que son completamente blancos, al igual que los del pájaro carpintero y de otros animales, que improvisan sus domicilios en lugares a salvo de la mirada de intrusos.

Los colores pardo-amarillo en su dorso y blanco-grisáceo por debajo, tienen la finalidad de mimetizarse en las ramas de los árboles en que se posan cuando dejan sus dormitorios, para tomar un poco de sol que les permita elaborar la vitamina D. Cuando hacen esto respiran de un modo tal que nadie podría advertir el inflar y desinflar de los pechos. Esa quietud de quien se hunde en graves reflexiones hizo que los griegos lo estimaran como el emblema de la sabiduría, colocándolo a la diestra de Palas, la diosa pagana de esta virtud. No creo que si se enteraran le dieran importancia a este honor, pues la ley biológica que obedecen les manda a comer toda la carne que puedan y la cumplen con la mayor obediencia.

En una sola noche un búho puede sacrificar a doce ratones y cuatro ratas grandes, de lo cual se infiere la utilidad que representan los depredadores de los sembrados agrícolas y de las huertas. Algunos aplican el principio de que de mosquito para arriba todo es cacería, pues a falta de la fibrosa carne de los mamíferos, se conforman con el consomé de proteínas excelentes de que están hechos los insectos. Su diseño responde en todo sentido, como pasa siempre con todas las criaturas de la naturaleza, a las necesidades de adaptarse plenamente al hábitat que le seleccionarán sus genes.

Así las plumas poseen en ciertos lugares finísimos hilillos con que amortiguan el ruido de las alas al deslizarse por el aire. Es cierto que en la oscuridad dejan a veces un rastro luminiscente. Esto puede pasar cuando su cuerpo ha sido cubierto por millones de hongos fosforescentes que viven en los sitios abandonados en que ellos anidan. Los de Centroamérica y América del sur son búhos de 20 centímetros de longitud. Pero en Europa, el Asia y el norte de Africa mora el búho real con 70 centímetros de longitud y una envergadura de más de metro y medio. Este puede cazar también conejos y gatos a los cuales les abre el estómago con un corte rápido de sus garras centrales para devorar sus vísceras de un solo golpe.

La mirada inmóvil y penetrante de los búhos se debe a que no pueden mover los ojos, aunque estos podrían divisar cualquier animal u objeto con la débil luz que les llegara de un faro de cien kilowatios a ochocientos metros de distancia. No giran totalmente la cabeza. Describen, eso si, tres cuartos de círculo para mirar de lado, pues su visión es binocular como la humana. La necesitan para captar en tres dimensiones las imágenes de las presas que van a cobrar. Las descubren con su finísimo oído, que ubica con precisión matemática el lugar de procedencia de cualquier murmullo.


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